LA DELGADA LÍNEA ROJA, de Terrence Malick



Desde que se estrenó “Una Vida Oculta”, la última película de Terence Malick, me ha dado vueltas “La delgada línea roja”, en mi opinión, la obra maestra del director. Decidí revisitarla, porque quería escribir de ella. 
La película trata sobre las emociones y reflexiones de un grupo de soldados norteamericanos enfrentados a la guerra. El contexto es el ataque norteamericano contra Japón, en el frente situado en la Isla Guadalcanal(al noroeste de Australia), durante la Segunda Guerra Mundial. El lugar, Guadalcanal, no es indiferente. Su belleza natural no intervenida contrasta con la destrucción de la guerra. Para Malick en parte la pregunta es cómo entre tanta belleza, puede haber tanta destrucción. 
Se trata de la guerra, como se puede ver, pero es una película antibélica (y junto a Paths of Glory, Come and See y The Deer Hunter, una obra maestra en el “género”). Malick muestra cómo los protagonistas no la quieren. No porque sea una guerra “injusta”, sino que simplemente porque es una guerra, porque implica matar y morir. 
Malick filma la mayor parte de la película usando el lenguaje de la poesía, con tomas que se detienen en la naturaleza y con reflexiones en off de los personajes sobre el amor (en sentido amplio) y la falta de sentido. 
La película es triste, pero no desesperanzadora. No quiere serlo, creo yo. Porque hay humanidad en el capitán Staros (Koteas), que se rehúsa a cumplir una orden irracional del coronel Tall (Nolte) que llevará a la muerte segura a su tropa. Con el soldado Witt (Jim Caviezel), el protagonista, Malick muestra que la humanidad, el amor humano, es posible incluso en la guerra. Witt actúa con una humanidad casi jesuística (si existe la palabra) y es cuestionado persistentemente por el escéptico y frio sargento Welsh (Sean Caviezel).  “Qué diferencia crees que puedes hacer”, le dice Welsh a Witt, “eres un solo hombre en toda esta locura. Si mueres será por nada. No hay otro mundo más allá, donde todo estará bien. Es solo este mundo, esta roca”. 
Estas palabras recuerdan a las del juez de “Una vida oculta” que interpela a Franz, quien se rehúsa a pelear por el ejército Nazi, aunque esto lo lleve a la muerte. El juez le pregunta, “¿de verdad cree que su actitud va a cambiar el curso de la guerra? ¿Que alguien más allá de esta corte sabrá de usted? Nada va a cambiar. El mundo seguirá tal cual y usted se desvanecerá”.
Se trata de la misma pregunta, el mismo escepticismo, la misma incomprensión. Ciertamente ni Witt ni Franz cambiarán el curso de los hechos. Pero su acto tiene sentido pese a ello, piensa Malick. Ellos preservan una humanidad que no puede perderse. Malick no lo dice expresamente, pero lo muestra (o lo intenta). Y lo muestra mejor con el soldado Witt y en “La delgada línea roja” (de una manera más sutil y menos moralista que en “Una Vida Oculta”). A diferencia de Franz, implacable, a veces rígido y demasiado vinculado a la religión, Witt transmite paz y su camino no es religioso. De alguna forma, creo yo, la humanidad de Witt deriva de su creencia en que la perfección de la naturaleza implica también la potencial perfección humana. 
Uno puede ser un completo escéptico de la humanidad (y de la relevancia de actuar humanamente en un mundo deshumano) y puede ser indiferente a la belleza de la poesía y la naturaleza, pero es difícil no sentirse completamente conmovido con “La delgada línea roja”. 

Constanza Salgado

The Thin Red Line
Estados Unidos, 1998
Dirección de Terrence Malick

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