LA DOLCE VITA, de Federico Fellini




La primera vez que vi La Dolce Vita fue con una ex polola hace diez años y recuerdo haberme incomodado al darme cuenta de que no me había emocionado tanto como ella. En el momento me pareció un poco lenta y más de una vez tuvimos que pausar el dvd. La estatua de Cristo siendo trasladada por un helicóptero, Anita Ekberg profanando la Fontana Di Trevi y el episodio de los niños y la Madonna son las secuencias que se me quedaron grababas y quedé especialmente conmovido con la conclusión de la subtrama que involucra a Steiner (Alain Cuny), amigo y referente moral del protagonista. Pero más allá de eso, no me marcó tanto como en ese periodo lo hicieron Las Noches de Cabiria y Ocho y medio.
Me sentía culpable y obligado a volver a verla en condiciones que le hicieran justicia a su escala- una obra en blanco y negro, formato anamórfico, de casi tres horas de duración y ambientada en Roma. Esa oportunidad por fin se dio hace un par de semanas, cuando pude ver la versión remasterizada proyectada en conmemoración de los 60 años de su estreno.
La película se concentra en Marcello (Marcello Mastroianni), un periodista de farándula y escritor frustrado que lleva un estilo de vida hedonista en la Roma de posguerra. Él es nuestro punto de referencia en un viaje que transcurre a través de varios episodios casi autónomos entre sí. Digo viaje, porque así la sentí al verla en una sala de cine, donde los espacios adquieren la dimensión y el peso que se merecen- cuando lo merecen.
Una escena como la de La Fontana Di Trevi es un milagro porque no cualquiera puede compartir presencia con monumentos sin quedar en ridículo. Sylvia (Anita Ekberg) entra en la fuente con total naturalidad porque parece sentirse en un estado de perfección equivalente al de los dioses representados. Marcello en cambio, se ve completamente perdido, empequeñecido ante la pregnancia de una ciudad cargada de sentido que parece juzgarlo constantemente por su banal estilo de vida.
Da la impresión de que varios de los personajes se sienten más cómodos aislados en el interior de bares, cabarés o departamentos. Hay momentos incluso, en que la ciudad se filtra en sus vidas y esto los afecta de manera negativa. Con esto me refiero a la toma en la que vemos inesperadamente agotado al padre de Marcello mirando por la ventana de un departamento donde iban a comer pastas, o también a las escenas en la terraza de Steiner. 
No he puesto un pie en Europa, pero sueño bastante seguido que viajo a Italia. Es recurrente que me emocione al darme cuenta de mi llegada, pero por lo general no alcanzo a salir del aeropuerto o del lugar donde me estoy hospedando. Una vez recuerdo haber recorrido unas ruinas ficticias, pero me ponía ansioso por conocer otras más importantes. En general son sueños muy frustrantes donde no alcanzo a conocer lo que pienso que voy a conocer. La Dolce Vita es también una serie de episodios frustrantes, de deseos que no se consuman e historias que nunca concluyen en algo verdaderamente positivo pero que nos capturan en su intimidad.   
Lo que no fue frustrante, fue haberme reencontrado con la Dolce Vita, emocionarme de verdad y haberla podido apreciar como la película enorme que es.

Diego Ramírez

La Dolce Vita
Italia, 1960
Dirigida por Federico Fellini

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