TOUCHEZ PAS AU GRISBI, de Jacques Becker


Dentro del género del cine negro, el subgénero “último trabajo y me retiro” profundiza en cómo ciertos personajes reflexionan sobre la vida que han tenido en el hampa, sopesando la llegada de una nueva generación que continuará (o no) los códigos de su mundo y a la espera de tener un descanso luego de una vida llena de vértigo. 
A medida que avanzaba la trama de Tocuhez pas au grisbi, traducible como “No toques el dinero”, me preguntaba si la vida que Max, el protagonista, (un monolítico Jean Gabin), le había entregado a su trabajo le había devuelto algo más que dinero y respeto. Ya con sus años a cuestas, durante el primer tercio de la película se le ve deambular junto a su socio Riton por bares y clubes, recalcándole a este el paso del tiempo y las actitudes que debe representar acorde a su edad. De esta manera, el último trabajo que ambos hacen, hábilmente desarrollado antes de que la película comenzara y recordado con un melancólico tema musical, pareciera representar el inicio del fin de un mundo en constante cambio. Todo ello con un depurado aspecto clásico en el que Jacques Becker, el director, presenta un París urbano y acechante con un conflicto a aparecer a la vuelta de cualquier esquina.
Siempre solo y reservado, no es hasta que el botín de este último trabajo peligra que el carácter rígido de Max comienza a mostrar fisuras. Como si la disrupción del plan que tanto había ansiado para terminar su carrera le generase un progresivo quiebre en la fachada que mantenía, hasta generar una violenta confrontación con sus adversarios en el último tercio de la película. En este punto, Becker desarrolla una oposición al entramado urbano que había presentado, tomando partido por una puesta en escena más amplia y oscura, la cual recalca el duelo que definirá los destinos de Max, Riton, sus adversarios y el ansiado botín.
Sin embargo, lo que sucede entre las reflexiones de un mundo que se va y el violento final se convierte, personalmente, en el meollo de la película, ya que permite entrever la revelación del mundo interno de un impertérrito Max: a cierta edad, reconocer las amistades, con sus fallas incluidas, se vuelve una declaración de principios. Sin aquellas amistades que han acompañado en un oficio, al terminar los días laborales, poco o nada queda de uno. 
Max, con la soga al cuello a medida que la trama va sucediendo, se percata de que debe poner sobre la mesa la posibilidad de que Riton caiga, a partir de las torpezas que cometió por intentar acercarse a un mundo más joven. La centralidad que tiene esta amistad para Max se evidencia en una de las secuencias más contenidas, pero no por eso menos elocuentes de la película. Tratando de escapar de quienes quieren arrebatarles el dinero, Max lleva a Riton a uno de sus departamentos, para que pasen la noche. Sin reproches por sus torpezas, Max prepara todo lo necesario para que ambos estén lo más cómodo posibles. Más callado de lo que ha estado en toda la película, Max se preocupa que su colega tenga el resguardo que merece, con la leve intuición de que toda la sucesión de eventos será el portazo de toda una vida dedicada al crimen.
Luego de esta secuencia, el derrumbe del plan se torna cada vez más palpable, destacándose el carácter fatalista de este subgénero del cine negro. Con todo que perder, la violencia termina siendo el único camino para salvar la plata. Max lo tiene más que claro, siempre ha sido parte de los códigos que él debe respetar. Pero el valor que le entrega a la amistad en su oficio, con todos los bemoles que conlleva, termina siendo una amarga evidencia de los costos que implica dedicarle la vida a un trabajo que no te deja hasta que te deja.

Felipe Ulloa Pincheira

Touchez pas au grisbi
Francia, 1954
Dirección de Jacques Becker

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