ALCARRÁS, EL CAMBIO IRREFRENABLE
La
película Alcarrás (2022) de Carla
Simón es una de las realizaciones más esperadas del año, pues viene precedida de variados premios en Europa, el más importante el Oso de Oro a la
mejor película en la Berlinale en el 2022. Así, el año pasado la película española se transformó en una de la más comentada del último tiempo.
El filme presenta el drama de la familia Solé. Clan compuesto por Quimet (Jordi Pujol), el padre encargado del
trabajo agrícola, Dolors (Anna Otin), la esposa, Rogers (Albert Bosch), el hijo
mayor, Mariona (Xenia Roset), la hija adolescente, Iris (Ainet Jounou), la hija
menor y el abuelo Rogelio (Josep Abad). Completan el cuadro, las hermanas de
Quimet Gloria y Nati con su esposo Cisco. Toda la vida del grupo familiar gira
en torno a trabajar los frutos de la tierra: cosechar melocotones (duraznos) en
un campo que ha sido cedido por su dueño décadas atrás. Trato hecho de palabra
entre el terrateniente y los padres del abuelo Rogelio. Sin embargo, muerto el
dueño de las tierras, su heredero decide no continuar con el acuerdo y se
empeña en instalar paneles solares en dichas tierras. Lo único que la familia
posee legalmente es la casa en que viven por lo que existe la amenaza real de
que sus añosos árboles sean arrancados para la construcción de las láminas
energéticas. Esto tensiona el ambiente doméstico de los Solé.
La narración va a paso lento. Los detalles del conflicto que afecta a la
familia son expuestos al público de manera paulatina. Algo se deja entrever en
las discusiones familiares, en las conversaciones de sobremesa, en los gestos
de los protagonistas, pero no se sabe bien qué ocurre.
Hay un uso notable del fuera de campo. Los personajes en algunos momentos
están mirando hacia fuera del cuadro y hay algo que los inquieta, algo que se
cierne sobre ellos como una amenaza y se percibe en la tensión de sus miradas.
O algo que se escucha de las conversaciones que los adultos sostienen y que los
niños sumidos en sus juegos, no les interesa. No obstante, el espectador ve y escucha
de forma atenta sacando sus propias conclusiones.
La película va presentado a los personajes y como estos conviven en una
armonía interna donde lo colectivo, el bien del grupo, prima por sobre los
intereses individuales. Esta suerte de ritmo vital que se percibe en ese suelo,
se irá presionando de manera gradual a medida que van transcurriendo los
hechos.
El relato toma su tiempo en mostrar el mundo interno de cada personaje. Las
rutinas de los hijos adolescentes, los juegos de los niños, las historias de
los mayores marcan los tiempos y espacios de la familia. Y entre trabajo,
ocio y juegos en la casa, en el campo, en el pueblo o alrededores se va
filtrando lo esencial de las imágenes.
Pues no solo importan los
conflictos humanos que mueven el desarrollo dramático. Ante todo, el filme es
cadencia y espíritu de una vida en equilibrio con la naturaleza. Un colectivo
que vive con los ritmos de la tierra y que en el fondo, disfruta de ello. Y eso
parece traspasar la pantalla: se ve en el trabajo familiar mientras cosechan, se
siente en el viento moviendo las hojas de los árboles, el verdor de la
vegetación que contrasta con los colores ocres de los cerros. Existe una manera
de existir ligada a la tierra que está en peligro de extinción. Una
subsistencia que resiste la modernidad.
Si bien en la comunidad existen
tensiones generacionales y político-sociales, el peligro real viene del afuera.
Las fuerzas externas van cambiando a la familia y la comunidad, transformando
sus lazos. Vínculos que se cimentaban en la palabra empeñada, en la comunión
armónica con los vecinos, en tradiciones que están destinadas a acabarse en
algún momento. Por esto, el cambio no es solo familiar sino el de un colectivo
completo.
Y tampoco es una muestra
del capitalismo salvaje que depreda el planeta como lo leyeron algunos, puesto
que el uso que se quiere dar a la tierra es poner paneles solares, que es una
de las energías llamadas limpias que sostienen la idea de desarrollo
sustentable. Energía que la misma familia usa en su casa. Por lo que la
directora es clara en que el cambio de vida radical, no es un choque de frente
con el capitalismo, sino un modo de vida que está en vías de extinción.
Alcarrás
sorprende por su naturalidad. La directora española Carla Simón logra dar vida
“real” a un lugar donde los personajes se sienten vivos. Personajes que son
encarnados en su mayoría por actores no profesionales que fueron reclutando en
pueblos cercanos. El ambiente de vida de campo presentado no es un espacio
paradisíaco pues tienen sus propios problemas. Aun así, es un mundo que
contrasta con la vorágine del día a día de las ciudades. Un mundo luminoso,
realzado por la hermosa fotografía de la película, que parece estar en retirada
y similar al campo de cualquier lugar del mundo que también sufre semejante
declive. Así la realización logra convertir una pequeña tragedia en el eco de
un problema mayor. Cine en gran nivel.
Cristian Uribe
Moreno
ALCARRÁS
España
2022
Dirigido
por Carla Simón
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