CLEÓ DE 5 À 7 de Agnes Varda


Como parte de la Nouvelle Vague, esta película inicial de Agnès Varda nos presenta un comentario político sobre el cine, la historia y la idea de mujer. Con una estructura narrativa singular, asistimos a la vida de Cléo, una diva y glamorosa cantante pop, entre las 5 y las 7 de una tarde, mientras espera los resultados de un examen médico que pondrá fin a la incertidumbre de un inminente cáncer.
El tiempo cronológico de la película coincide casi perfectamente con el tiempo real. Así, la película se divide textualmente en trece breves capítulos, presentados de manera cronológica y delimitados en un tiempo exacto que aparece en pantalla y que nos recuerda que existe una hora final. Si bien los capítulos se suceden unos a otros con fluidez, como espectadores nos encontramos frente a una notoria descomposición del tiempo,  literal y persistente, que tensiona su objetividad -la medida-, con su significación. Con este gesto Varda nos dice que, cuando se trata de la vida y la muerte, cada minuto es el recuerdo de que algo vive. Pero no nos cuenta solo eso, pues también transmite que la intensidad de lo que es vivir en un tiempo que no es aprehensible, y recordándonos de paso que el cine es un perpetuo juego con el tiempo.
La película plantea el apremio del tiempo cuando la vida es especialmente frágil, desde una perspectiva política que se consolida por un lado en la figura protagonista de Cléo y por otro en la constante sugerencia, aparentemente contextual, de la guerra entre Francia y Argelia.
Respecto a lo primero, la película plantea la tesis de la belleza femenina como un tipo de alienación, en el sentido de que ser mujer es un problema en tanto supone el ejercicio de una mirada desde dentro para el exterior, que consolida una identidad femenina enajenante: vivir en función de la mirada del otro. Todo ello, con una economía temporal que se asimila a la urgencia de la muerte. 
La primera secuencia de la película ya sugiere que algo en Cléo no anda bien. Asistimos a una lectura de cartas del Tarot que termina por ser un intento frustrado de reemplazar la cita con el médico. Filmada en plano cenital, omnisciente, que contiene además único fragmento a color de la película, la secuencia interpela la noción de verdad e introduce la pregunta por los modos con los que la protagonista se piensa a sí misma. Aun cuando el color implica una mayor veracidad respecto del mundo -en la medida que representa con mayor exactitud lo real- y la vista cenital propicia la sensación de visión extendida, la irrupción intermitente de los créditos y los rostros en blanco y negro impiden hallar estabilidad en la interpretación de las cartas. Así, Cléo orienta su vida y su identidad en función de lo que se encuentra fuera de ella y eso es lo que se repetirá en la película. Este fragmento actúa como señal y síntoma de esa actitud. 
La identidad se representa en el elemento del espejo, cuya aparición en la primera mitad de la película es persistente. Los espejos tematizan el motivo de la mirada, desde una perspectiva que coincide deliberadamente con el tópico masculinizado de la belleza femenina. Rodeada de espejos, Cléo no ofrece resistencia, se regocija en su imagen, enfatiza su belleza. Al comienzo los busca, pero luego se los tropieza: el espejo se torna en exigencia, indicio de subordinación y de belleza como padecimiento. Allí está la pista.
En el rodaje de la película, Varda utilizó distintos lentes para los capítulos, progresando de unos más abiertos a otros más cerrados con el fin de exponer a Cléo con una distancia y perspectiva diferente. Así, en la primera mitad de la película, marcada por los espejos y una vanidad volcada al otro, vemos a Cléo desde lejos. La observamos andar al mismo tiempo que vemos cómo ella es radicalmente observada. Luego, justo en la mitad Cléo sufrirá una crisis que coincide con la pronta aparición de un espejo roto. Desde allí, nos encontraremos con transformaciones formales en la película como el uso de una cámara subjetiva y un campo más acotado, que definen que ahora es ella quien ve. 
En un nuevo deambular por París, la espontaneidad de la ciudad, propia del estilo documental de la película, aparece con un protagonismo diferente. Cléo comienza a observar a las personas de la calle, de manera fugaz pero desde cerca. Su mirada ya no tiende al encaje con lo bello; se habilita para los sapos que entran y salen de la boca de un hombre, para las performances de artistas callejeros al estilo decadente de Zampano. Esta nueva disponibilidad terminar por advertir definitivamente la perspectiva feminista de la directora en torno al lugar que ocupa una mujer en el ejercicio de sus sentidos.
Una de las particularidades del film la constituye el cortometraje “cómico” que se encuentra dentro de esta segunda mitad. Una película dentro de la película que actúa como analogía a la transformación de Cléo y que señala el gesto de abandonar el filtro para ver el genuino color de las cosas. Y cuando se trata de color, refiere también al color de piel de una mujer negra, una de las personajes del corto. 
Y así como se tematiza la relación entre el tiempo y la vida a partir del intento de Cleo de aferrarse a la vida desde la belleza, Varda sugiere que la sociedad parisina, sobre todo en los ambientes sofisticados, se encuentra en un absurdo destiempo en relación a la guerra. La independencia de Argelia habita intermitente pero constantemente la película: en la radio, en conversaciones de café y en tiendas de turismo africano que recuerdan la subordinación. Estos elementos de guerra van alternándose con elementos de cultura y sofisticación, sugiriendo ambos mundos como líneas paralelas y planteando la pregunta por la relación entre el arte y la guerra.
Así, elementos como la interpretación de las obras de los surrealistas, la música pop y los diferentes afiches de cine, teatro y artes visuales que asoman constantemente en los encuadres, quedan sutilmente ridiculizados cuando están en presencia de los desastres de la colonización. Pareciera que el arte no tiene tiempo para la guerra. Como Cléo, aparece como un objeto ciego y pretencioso. La imagen de Cleo degustando coquetamente los sombreros de una tienda de diseño, mientras el espejo refleja fuera de foco las figuras de militares que pasan por la calle con sus caballos, da cuenta de que la vanidad y la violencia no sólo conviven, sino que tienen diferente espesor y son vecinos alejados. Ambos responden a una hegemonía patriarcal.
Agnès Varda incorpora dentro de sus trabajos fragmentos de la vida real, ciertamente en el documental pero también en la ficción, como en este caso. Cleo de 5 a 7 es un clásico en el sentido de que marca el origen de algo en su propia autora: la narración de historias de mujeres que enfrentan transformaciones y el cuestionamiento político sobre su tiempo, con una mirada particular hacia lo marginal y desde una perspectiva feminista. Todo ello, con una originalidad, estilo y poética que le son propias, que ya se encuentran gestadas en Cleo e irán continuando en películas como Sans toit ni loi, La Bonheur, Black Panthers, Les glaneurs et la glaneuse.

Mariana Robert

Cléo de 5 à 7
Francia, 1961
Dirigida por Agnès Varda





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