CONTACTO EN FRANCIA de William Friedkin




Décadas atrás, cuando no existía internet y los VHS no eran masivos, había que esperar que la TV abierta se dignara a incluir en su parrilla programática grandes realizaciones. Y para eso, debía cumplir con ciertos estándares, pues en dictadura existía la censura previa. Por esto, la película Contacto en Francia (1971), de William Friedkin, con toda su violencia, que para ese tiempo era fuerte, fue exhibida en contadas ocasiones. Posiblemente la primera vez que la vi, haya sido a mediados de los ochenta en horario para adultos, en los Grandes Eventos de Canal 13 o los Best Sellers de Canal 7. La película venía presidida de elogiosos comentarios por parte de mi padre, que en ese entonces era un asiduo impenitente de las salas de cine. 

Recuerdo que pese a las largas tandas comerciales que solían interrumpir la proyección televisiva, la disfruté a rabiar. Partes de las escenas de acción, las había visto en más de algún programa dedicado al cine. No obstante, ver la historia de principio a fin, fue uno de los buenos momentos que pasé frente a la caja de los sueños. Por ello, uno de las primeras cintas de VHS que compré (o copié, que para el caso es lo mismo) fue esta obra cinematográfica. Hubo años en que la veía una y otra vez, y si aparecía en el cable o en tv abierta, me quedaba pegado viéndola.

La película es un clásico del cine policíaco de los setenta y de siempre. Cuando apareció, la crítica y el público le dieron su bendición. El relato se basa en la historia de dos policías de New York, Jimmy “Popeye” Doyle (Gene Hackman) y Buddy Russo (Roy Schneider), que tratan de atrapar a unos delincuentes que traen un cargamento de drogas proveniente de Francia. La mafia dueña de la carga es encabezada por Alain Charnier (un magnífico y elegante Fernando Rey). La película con su trama simple, se ha erguido como un modelo de relato de acción y sus escenas han sido re visionadas hasta la infinitud.

Otro elemento que Friedkin imprime a su obra es el realismo. La película exuda realismo. Filmada en su mayor parte en exteriores, las imágenes lindan con el documental. Al verlas se puede palpar la sordidez y suciedad de las calles neoyorquinas que en ese tiempo estaban en el abandono. La cinta vino a coronar una forma de relato que comenzó en los sesenta: imágenes que buscaban acercarse a la vida real, abandonado los estudios y sus decorados de cartón piedra.

Los personajes están a la altura de esa realidad. Los policías no se diferenciaban mucho de los delincuentes contra los cuales luchaban. Su preocupación por el trabajo y el estar sumidos en un ambiente violento, los hace obsesivos y vengativos, saltándose algunas veces la ley con tal de conseguir su objetivo. Aquí se relaciona evidentemente con otra cinta policíaca de ese mismo año, Harry el sucio de Don Siegel. De este modo, el cine recogía las pulsiones que estaban incubadas en la sociedad de su tiempo.

Sin embargo, lo más recordado del film, diseminado en un montón de producciones posteriores, son las espectaculares persecuciones. Desde el inicio, cuando va tras un traficante, vestido de Viejo Pascuero (y una nerviosa cámara en mano tomándolo), o yendo tras el escurridizo Charnier en el metro, Popeye Doyle muestra toda su tozudez y energía. Y ese carácter explosivo se eleva hasta el paroxismo, cuando persigue al matón que intentó asesinarlo. Esta persecución, la más larga del relato, está filmada casi a ras de piso, poniendo al espectador al frente de una carrera vertiginosa. Con un frenético montaje que alternan imágenes que incluyen: el auto conducido por Doyle en planos generales avanzando por la ciudad bajo la línea elevada del metro donde huye el sicario; la airada figura del detective manejando sin perder de vista la calle y el metro; el antisocial que ha tomado de rehén al conductor, enfrentándose a los pasajeros; peligrosos cruces con luces rojas; autos que vienen en contra, choques y chirrido de llantas que frenan y aceleran; la señora que trata de atravesar la calle con el coche de bebé y el auto esquivándola en el último segundo (¿cuántas veces se ha repetido esta secuencia?). Todos estos ingredientes convierten a esta escena, en uno de los grandes momentos del cine de todos los tiempos.

En fin, cine policíaco y de acción, con mayúscula, a cargo de William Friedkin, que estaba en perfecta forma en ese entonces, pues luego realizaría El exorcista (1973), la descomunal Sorcerer (1978), remake de El salario del miedo de Henry Clouzot, culminando la década con Cruising (1980). Posteriormente, Friedkin se auto homenajeó (o auto plagió) en el policial Vivir y morir en Los Ángeles (1985). Los tiempos habían cambiado.
                                                                                                               Cristian Uribe Moreno


The French Connection
Estados Unidos, 1971
Dirigida por William Friedkin


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