RINGU, de Hideo Nakata



Desde siempre, los espectros japoneses han carecido de pies; los espectros de Occidente tienen pies, pero en cambio todo su cuerpo, al parecer, es translúcido. Aunque sólo sea por estos detalles, resulta evidente que nuestra propia imaginación se mueve entre tinieblas negras como la laca, mientras que los occidentales atribuyen incluso a sus espectros la limpidez del cristal.

Junichiro Tanizaki
(Elogio de la Sombra)

Cuando fui a ver The Ring el año 2002 me cagué de miedo. Ahora, que mi capacidad de asustarme se encuentra bastante deteriorada, vi por primera vez la versión japonesa (Ringu) de 1998 y, acto seguido, me repetí la adaptación estadounidense. Como era de esperar, ninguna de las dos me paró los pelos, pero verlas de corrido me hizo apreciar con claridad la superioridad de la película original, que más allá de sostenerse sobre la efectividad de sus jumpscares, destaca como una obra más coherente y bella.

En ambas el argumento es básicamente el mismo- Después de la muerte de su sobrina, una reportera se dedica a investigar un video supuestamente maldito que se vincularía con la causa de la tragedia- pero se diferencian enormemente en la puesta en escena. Ringu se desarrolla en general en espacios de iluminación tenue y muchas veces de marcado carácter tradicional que funcionan como la antítesis perfecta del video embrujado reproducido en la pantalla de rayos catódicos. Esta oposición tan simple y efectiva entre luz y sombra, es imposible en la ciudad genérica y translucida de The Ring. El remake sufre de una nitidez excesiva que termina por afectar todos sus elementos, incluyendo la calidad de las imágenes contenidas en el VHS que investigan los protagonistas. En la versión japonesa bastaba con una mueca en el rostro para identificar a las víctimas de la maldición, pero en la versión estadounidense fue necesario exagerar ese gesto con sofisticados efectos especiales- para mi gusto, lo más perturbador de la película. El monstruo de turno recibe también el mismo tratamiento, su piel pálida pasa a estar completamente podrida.

La nitidez de la adaptación va de la mano con lo literal y la falta de ambigüedad. Todo tiene una explicación y los únicos elementos sobrenaturales son los que están estrechamente vinculados al espectro asesino. En cambio, en el universo difuso y sombrío de Ringu es completamente plausible que uno de los protagonistas tenga capacidades extrasensoriales o que un personaje del pasado se haya suicidado tirándose a un volcán.

De los videos malditos también prefiero el de la versión japonesa que es más acorde al formato y carece de animaciones digitales y complejos movimientos de cámara. Sus imágenes podrían fundirse perfectamente con el montaje al inicio de Persona de Bergman mientras que el otro parece sacado de un video clip de Marilyn Manson.

Quizás el argumento más potente para inclinarse a favor del remake en esta disputa es la impecable actuación de Naomi Watts, pero en el caso de las películas de terror me suelen importar más sus cualidades formales que la calidad de sus actuaciones. Y en esta oportunidad me quedo con la simpleza y economía de las imágenes de Ringu.



Diego Ramírez



Ringu
Japón, 1998
Hideo Nakata

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