KUROSAWA, AHORA Y SIEMPRE
¿Dónde está la grandeza de
un artista (cineasta)? Mis recuerdos de las películas de Akira Kurasawa, están
relacionados con los ciclos de cine del Montecarmelo, en los veranos de mediados
los 90. Los ciclos eran organizados por Julio Navarro y auspiciados por la
embajada de Japón. El grueso de las películas siempre lo conformaban las obras
del maestro japonés. Año tras año, durante una semana presentaba los filmes,
precedidos de una breve introducción. Así, a la sombra del cálido atardecer-anochecer
estival, descubrí la mayor parte de su obra. Eran tiempos de un internet
incipiente y aún las cintas de vhs eran el principal medio de acceder a los
filmes.
Cuando empecé a asistir al
Montecarmelo, conocía poco de Kurosawa. Sabía que era venerado por los directores
norteamericanos. Que Scorsese había actuado en una de sus películas, Sueños (1990), interpretando al mismísimo
Vincent Van Gogh, en una película llena de fantasías, colores y texturas asombrosas.
Asimismo, había visto Kagemusha
(1980) y Ran (1985). Ese mismo año que
comencé a asistir a los ciclos de cine en Montecarmelo, en la universidad vimos
Rashomon (1950), filme que exhibe
otra cara del maestro japonés. Hasta ese momento, para mí, Kurosawa era un
esteta del tiempo, de los planos perfectos, espléndidas coreografías de los
personajes, preocupado de la Historia de su país, una suerte de Einsentein
nipón. Esa era la idea que me había hecho. Sin embargo, con Rashomon había descubierto algo nuevo.
Primero, en su manera de desestructurar el relato, algo que en mis noveles años
había visto solo en Orson Welles. Y segundo, las
historias de los personajes principales y secundarios rezumaban humanidad.
Hacia el final del relato, después de condenado el ladrón (Toshiro Mifune), cuando
los personajes discuten bajo la gran puerta derruida del Templo de Kyoto, en una región arrasada por la guerra, sin Dios ni ley, encuentran un bebé abandonado.
Uno de los leñadores (Takeshi Shimura), en un acto de inmensa humanidad toma el
niño a su cargo y se lo lleva, jurando protegerlo. Su accionar
contrasta con el otro personaje que roba la ropa con que lo abandonaron. Ese
detalle, de una humanidad que oscila entre la vileza y la redención, fue una
revelación. No solo existía el gran Kurosawa de los grandes relatos épicos,
sino que también un artista enfocado en la infrahistoria, rescatando el gesto
solidario por sobre las adversidades.
Ese verano, fue programada
la película Escándalo (Shubûn 1950)
de Akira Kurosawa. La historia no tenía samuráis y repetía a dos actores de Rashomon: Toshiro Mifune y Takeshi
Shimura. El relato narraba la historia de un pintor, interpretado por Mifune,
que es fotografiado junto a una cantante lírica, en un balcón. La foto sale en
una revista de chismes, junto con una historia falsa. El pintor seguro de su
inocencia decide contratar un abogado, interpretado por Shimura, para demandar
a la revista por difamación. La película es un alegato de Kurosawa contra el
abuso de los medios, una reflexión del artista en la sociedad y la cruzada de
un hombre honesto decidido a defender su honra. La película es considerada una
obra menor en la filmografía de Kurosawa. Tiene un tono de melodrama, alejado
del aliento épico de los filmes que yo conocía. Sin embargo, la película quedó
grabado en mi memoria, en especial por una escena, que no esperaba debido mi escaso
conocimiento del cine del maestro japonés.
La escena transcurre en un
restorán durante la noche de año nuevo, donde acuden el pintor y el abogado. Mientras
comen y beben, junto a unas señoritas, un parroquiano ya borracho, en medio de
la celebración, toma la palabra y da un sentido discurso de sus deseos para el
año que viene y cómo será un nuevo hombre, para que su familia sienta orgullo
de él. Los asistentes del lugar celebran su intervención. En ese momento, el
abogado sube a la tarima y comienza una alocución llena promesas para el año que viene, enfocado en su hija, que está postrada por una pulmonía. Termina sus palabras entonando la canción del adiós y de un momento a otro, todo el
recinto, mujeres y hombres, que minutos antes celebraban despreocupadamente, se
unen a la tonada. La narración pone en primer plano este dúo de Shimura y el borracho,
al que luego se une Mifune. Poco a poco empiezan a aparecer tomas
cortas, de rostros, que mientras cantan,
lloran de emoción porque están sumidos en sus propias penas. Entre lo
individual y lo colectivo, la mezcla de planos, dan una imagen del conjunto que
resume impecablemente el acaecer de los personajes. La emoción de ese grupo
humano traspasó la pantalla y recordé las miles de promesas que he hecho, con
la misma convicción, en decenas de momentos parecidos. Conecté con una película que tiene
más de cincuenta años y hecha en una sociedad diametralmente distinta. Y he aquí lo que todavía me impresiona de Kurosawa: su sensibilidad a
la hora de representar la experiencia del hombre, universal y atemporal ¿No es esto justamente lo que
hace el gran arte, acercarse a la frágil condición humana?
Takashi Shimura fue uno de
los actores que trabajó de forma continua con Kurosawa, protagonista de la inconmensurable
Vivir (1952). La dupla
Mifune-Shimura protagonizó una serie de películas que está entre lo
más destacado del director. A las ya nombradas, se incluyen El ángel ebrio (1948), Perro rabioso (1949) y Los siete samuráis (1954). Un puñado de
impresionantes obras. ¿Dónde está la grandeza de un artista? Sinceramente no lo
sé. No obstante, para mí, Kurosawa es uno de los pocos directores que logra
transmitir las emociones de sus personajes para dar forma a algo tan inasible como el devenir humano. Y eso, no es poco.
¿Kurosawa favorito?
Cristian
Uribe Moreno
Shubûn (Escándalo)
Rashomon
Japón, 1950
Dirigidas por Akira Kurosawa
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