¿OTRA VUELTA DE TUERCA A “EL CHACAL DE NAHUELTORO”?


 

La vigencia de la película de El chacal de Nahueltoro es innegable. Hace unos años, en una encuesta hecha a actores, cineastas y críticos, la cinta se erigió como la mejor película chilena de todos los tiempos[1]. El año pasado se cumplieron cincuenta años de su estreno y junto a otras notables cintas, Valparaíso, mi amor y Tres tristes tigres, conforman la sagrada trilogía del cine chileno. Y después de tanto tiempo, ¿se puede decir algo más de este increíble relato que no se haya dicho?

¿Qué me llama hoy la atención de la película? Al comienzo del filme, hay una multitud enfervorizada gritando afuera de una comisaría donde está José del Carmen Valenzuela Torres (Nelson Villagra), alias el Chacal, alias el Canaca, alias el Trucha, etc. [2] Al salir escoltado, solo se escuchan gritos e insultos contra él. Cuando es trasladado arriba del furgón, se escucha una voz en off, que se puede identificar como una actuaria que habla en nombre de un juez. Esta actuaria nos cuenta que José Valenzuela al ser “exhortado a decir verdad, expuso”. Y la voz cambia pues aparece la voz del protagonista, con todo su ritmo, entonación y carencia al hablar. La expectativa es que relate qué ocurrió el día del asesinato y entender su bárbaro actuar. En definitiva, el móvil. Al menos esa es la expectativa. Sin embargo, él empieza a relatar su vida desde el recuerdo más lejano que puede rememorar. Su voz se toma la primera parte de la película y con su largo monólogo da forma y vida a algo que hasta ese momento, no existía: un individuo.

Al respecto, unos apuntes. Por un lado, la primera voz que se escucha es una voz judicial, por lo tanto, una voz del poder. Y es ésta, quien da la autorización para que hable el otro, en este caso, el prisionero, el marginado. Queda establecido quien maneja el discurso y el traspaso simbólico para que el otro aparezca es claro. Esto se transformará en una constante de la película, el otro, encarnado por José Valenzuela, hablará cuando sea interpelado por el poder, ya sea, judicial, periodístico, religioso, etc. Son pocos los momentos en que se ve siendo un sujeto ‘libre’, actuando solo ante sí, como cuando encuentra a Rosa (Shenda Román) y su familia o los pocos momentos en que está solo en la cárcel. Y por otro lado, aparejado con lo anterior, el relato deja establecido desde el inicio que el habla, el lenguaje, será la base para desentrañar todo este suceso criminal y el enigma que representa esta persona.

El inicio del relato de José, recuerda a las narraciones tipo decimonónicas donde se presenta la historia del héroe desde su nacimiento: ad ovo. La imagen muestra a modo de introducción, un cartel que indica lo que en teoría se contara: La infancia de José. Así, la película da inicio a un relato que se despliega en capítulos: La infancia de José, El andar de José, Persecución y apresamiento, Educación y amansamiento y El fusilamiento.

La primera parte de la película termina con el apresamiento pues los tiempos del relato cinematográfico que han ido por caminos separados, un presente, donde José prisionero cuenta su biografía a un juez, y la narración que llega hasta el momento que está ante el juez, se juntan. No obstante, las imágenes que han ido ilustrando lo narrado por José, muestran grietas. Entre lo que cuenta José y lo que la imagen va exhibiendo se produce en algunos momentos una relación dicotómica pues la imagen no da cuenta de lo narrado o contradice lo que se narra. De este modo, el relato cinematográfico va configurándose en un contrapunto de lo que se escucha y lo que se muestra. El relato cinematográfico nos hace tomar distancia del relato del “yo individual” que ha ido configurando el propio personaje. Sobre todo cuando lo que expone José, son hechos que son difíciles de concebir. En un momento José narra: “Después estuve trabajando en distintos fundos. Hace más o menos 3 años en que llegué a la casa de mi madre y encontré que tenía dos hermanos más, hijos de ella y de mi hermano de padre Juan Miguel Valenzuela Henríquez. Una mujer llamada Norma y el hombre llamado Juan. Estuve un mes en la casa de mi madre y nada le he robado, solo tomé unas chalas de mi hermana.”[3] La normalización con que José presenta la conducta incestuosa, muestra el hábitat donde se movía el personaje y las distancias a las normas sociales y la sociedad que lo juzga. En esos momentos, las imágenes presentadas son de José trabajando, caminando o descansando, tomas bastante anodinas para la tremenda confesión que escucha el espectador. Así también, cuando José afirma, por segunda vez,  que no ha robado nada, lo que se ve en pantalla es a él robando ropa. La imagen contradice el relato del propio personaje.

Otro momento medular, es la reconstrucción del asesinato. Filmada mayoritariamente con cámara en mano y con planos subjetivos, que recrearían el punto de mira de José, quedan dos detalles muy importantes. Primero, la forma en que el asesino deja a sus víctimas, con piedras en las manos: en un plano abierto, se ve a los niños y a Rosa, con las piedras, como si estuvieran crucificados. Y el segundo detalle es la pregunta que hace el juez encarnado por Luis Alarcón: “¿Por qué mataste a los niños, hombre?” y la lacónica respuesta de José: “Para que no sufrieran los pobrecitos”. Estos dos detalles abren una interrogante que en la segunda parte será vital para tratar de entender al personaje. El filme hasta este momento se articuló sobre las interrogantes de ‘¿quién es este personaje y por qué actuó de esta manera?’. Ante estas dudas, el relato cinematográfico ha respondido presentando un individuo al margen de los mínimos preceptos sociales y con escasa conciencia de su actuar. Más cercano a instintos animales que sociales. Sin embargo, con la reconstrucción ahora se suma otra interrogante que será la pregunta que estará en el aire durante toda la segunda parte: ¿qué conciencia tiene este individuo de su horrible accionar?

La segunda parte de la película, el discurso dominante lo toma el personaje del periodista encarnado por Marcelo Romo. Él es quien llevará el hilo del relato a través de entrevistas a José en la cárcel y a personas que están ligadas a él, el juez, el alcaide, el sacerdote, encarnado por Héctor Noguera. Por otro lado, el personaje de José comienza un proceso de educación-sociabilización donde destacan los discursos del profesor, el sacerdote y el periodista. José parece absorber todo lo que le escucha y ve. Por tanto, ahora se construye como persona social. De este modo, surge la conciencia del ‘yo social’, sumándose al ‘yo individual’ que configuró José en la primera parte de la película. Esto se muestra en las conversaciones que tiene con el periodista donde relata su nueva vida dentro de la penitenciaría. Sin embargo, el periodista vuelve a la pregunta esencial: “¿Se arrepiente de lo que hizo?”, a lo que José responde: “Sí (…) porque en ese momento no me daba cuenta de lo que hice”. Hay una brecha entre lo que responde el personaje y lo que se ha percibido en el relato cinematográfico. Al recordar ciertos detalles de la reconstrucción del crimen, el arrepentimiento no suena real, sino más bien forzado.

Hacia el final de la película, la noche antes de su fusilamiento, el sacerdote conversa con José dentro de su celda. Mientras el sacerdote trata de tranquilizarlo y acompañarlo en su última noche, José parece divagar relatando partes de su biografía. Retazos que quedaron de su anterior relato. Así, ante la atenta mirada del capellán, José nada en unos recuerdos sueltos que quedaron en su cabeza. Menciona la muerte de su padre y el emparejamiento de su madre con su hermanastro; una mujer, de nombre Blanca que lo acogió y con quien tuvo una relación maternal por seis meses; porqué le dieron el sobrenombre de campana, flor que crece al costado de las líneas férreas; un tío con el que vivió y que también lo maltrató. Toda esta información es graficada con imágenes lejanamente conectadas, como un funeral, una mujer caminando a lo lejos por un camino, un imagen de unos rieles tomadas desde un tren en movimiento, unos colmenares tomados en un paneo lento. El relato cinematográfico apenas configura lo que José va diciendo. Hay algo de vacío en esas tomas, algo fantasmal que acompaña sus últimas palabras. Y cuando recuerda el crimen dice “cuando cometí lo que (…) cuando hice lo que hice”, es lo último que dice del hecho. No articula más discurso que ese. La palabra se escapa, el lenguaje no se estructura, no alcanza. Por tanto, ¿hay una conciencia real?

En esta etapa del relato quien no presenta dudas del arrepentimiento de José es el sacerdote. Él es quien en entrevistas muestra su convicción de que el asesino es consciente de su actuar, que se siente arrepentido de lo que hizo y que entiende su castigo. El representante del poder religioso está para calmar a José y la sociedad. Dice lo que esta quiere escuchar.    

Después viene el fusilamiento y todo acaba. De lo mostrado y dicho, las dudas de si José fue consciente de su accionar y si se arrepintió, quedan latentes. El relato de José lo ha convertido por primera vez en su vida, en persona. Y los distintos discursos sociales hicieron su trabajo en su personalidad. Pero hay algo falso en el fondo de todo esto. El lenguaje, que define al individuo y vía principal que propuso el relato cinematográfico para resolver el misterio que representa el personaje, quedó corto. Y lo otro, la conciencia que declara tener por los crímenes no es del todo esclarecedora. El personaje hacia el final dice lo que las personas quieren oír de él. El arrepentimiento de José es un discurso más al igual que todos los que le fueron entregando en el proceso que la película denomina “Educación y amansamiento”. La idea de estar domando una bestia es el fondo la sociabilización que muestra  el relato cinematográfico, por lo que quedan nuevamente dudas de qué tipo de conciencia adquirió José durante este tiempo.

Lo que en un principio estaba del todo claro, a través del lenguaje se llegaría a desentrañar todo los hechos, hacia la conclusión del relato cinematográfico, parecieran oscurecerse y debilitarse. El lenguaje que define al individuo hacia el final se muestra elusivo, esquivo, y se acerca más hacia el concepto de lenguaje derridiano, donde el lenguaje no tiene esencia y es un discurso cuyos significados son difíciles de fijar para quienes los escuchan. Escuchamos lo que dice José, pero el relato cinematográfico nos ha enseñado a no creer todo lo que dice el personaje. Ya en el final, las imágenes de la película se acercan más al vacío cuando habla José pues no existe un “yo” definitivo que captar. De ahí, los distintos nombres con que es conocido el personaje y que el mismo José repasa en la noche final.

En su afán por mostrarnos el personaje en toda su dimensión, la película lo ha deconstruído en sus distintos aspectos personales. Sin embargo, para mostrar las contradicciones sociales que posibilitaron la aparición del personaje mismo, el relato cinematográfico se sume en una profundidad de la cual no sale y hacia el final hay más interrogantes que certezas. El relato cinematográfico al desentrañar capa por capa como la sociedad actúa sobre el individuo lo desnuda de tal forma que ya hacia el final pareciera que no hay nada concreto. Y ante las preguntas de “quién es” y “qué conciencia” tiene el personaje, no existe una respuesta concreta porque el filme se ha debatido en la dicotomía de lenguaje e imagen. Al final cada concepto han estado en carriles separados y no logran juntarse para dar una respuesta definitiva porque en el fondo hay algo inasible.

Al concluir una reflexión del crítico Eduardo Russo sobre la película que ilustra de cierto modo, el sentir cuando se ve la película más de una vez: “el monólogo, esa presencia de alguien que empieza a tomar forma (…) y al mismo tiempo, como de misterio, de algo que no se agota y no tiene ninguna explicación posible, hay algo de la dimensión del mal que no se termina de explicar ni por las condiciones sociales (…) Y que cada vez que la veo, me vuelve esa conciencia de lo misterioso. Algo abismal.”[4]

                                                                     Cristian Uribe Moreno

 El Chacal de Nahueltoro

Chile, 1969

Dirigida por Miguel Littin

 



[2] El nombre completo de la película En cuanto a la infancia, andar, regeneración y muerte de Jorge del Carmen Valenzuela Torres, quien se hace llamar también José del Carmen Valenzuela Torres, Jorge Sandoval Espinoza, José Jorge Castillo Torres, alias El Campano, El Trucha, El Canaca, El Chacal de Nahueltoro” , referido en el sitio de cinechile.cl: http://www.cinechile.cl/pelicula-184

[3] El chacal de Nahueltoro. Guion original de la película, editorial Cuarto Propio

[4] Pág. 117. El Chacal de Nahueltoro. Emergencia de un nuevo cine chileno. Uqbar editores. Santiago 2009


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