IN MEMORIAM: ENNIO MORRICONE


Partió el compositor italiano Ennio Morricone, este reciente 6 de julio de 2020, a la edad de 91 años. La noticia fue un golpe para el medio cinematográfico y también para quienes veíamos en el nonagenario compositor una suerte de compañero de vida. En este mundo de encierro, pandemia y muertes, que nos tiene un poco insensibilizados, su desaparición dolió pues se asemeja a la partida de un amigo, un amigo entrañable, que nos ha acompañado en largos tramos de este río que aún no llega al mar, que es el morir.

La música de Ennio Morricone la empecé a escuchar antes de ver las películas para las cuales se había creado. Música que volaba con vida propia fuera de la pantalla y se transformaba en habitúe de programas de radio o televisión, muchas veces como cortinas musicales. Algo así como Nino Rota con El padrino o Bernard Herrmann con Psicosis. Música que antes de oírla en las películas, ya la conocía y la disfrutaba. Y esto, por el fanatismo de mi padre por las películas. Un día llegó con su última adquisición, un cassette con música de películas del viejo oeste. Entre las fanfarrias de How the west was won o The seven magnificent, mi imaginación de niño volaba por lugares desconocidos, con héroes montados a caballos combatiendo contra los apaches o con el comisario enfrentando al malvado de turno y derrotándolo en un duelo. Pero en esa mítica cinta, se oían unas tonadas que mi percepción de niño las notaba distintas. “Ese es Ennio Morricone”, decía mi padre, “y esas canciones las hizo para los spaguetti westerns”. Primera vez que oí esa denominación peyorativa que los norteamericanos inventaron para hablar de los westerns europeos, especialmente de los que venían de Italia. Esas distinciones no las podía entender y disfrutaba de la música con tonos un tanto dramáticos y burlones que además incluían balazos, silbidos, latigazos, coros y una tonada que parecía de caja musical. También empecé asociar esa música con un trío de películas que en ese tiempo nunca las pasaban en televisión, no obstante las conocía porque mi padre me las contaba una y otra vez cuando sonaba la cinta: Por un puñado de dólares (1964), Por unos cuantos dólares más (1965) y El bueno, el malo y el feo (1966). La música de ese cassette se volvió un referente para mis rudimentarios gustos cinematográficos.

El primer filme que vi con la música de Ennio Morricone en vivo y en directo, es decir, con las imágenes y la melodía unidas para entregar la experiencia de una sala de cine, fue La misión (1986). Sin embargo, la vivencia fue distinta a todo lo que había soñado con la música de westerns. La banda sonora creada por el maestro italiano era emotiva y nostálgica. Todos esos sonidos que me habían hecho vibrar durante mis cortos años, no se escuchaban por ningún lado. Así, descubrí una cara distinta de su trabajo. Unos tonos que se acercaban al romanticismo, a la evocación, a los sentimientos. “Dulce y melancólico” en palabras de Allen.

Y fue así que la obra de Morricone se multiplicó a escalas que nunca imaginé. Sus bandas sonoras parecían estar en todas partes. En un momento pensé que todas las películas que veía tenían su música de acompañamiento: Los intocables (1987), Búsqueda frenética (1988), Cinema Paradiso (1988), Pecados de guerra (1988), Estado de gracia (1990) dan cuenta de la ductilidad y calidad de su trabajo. Pero también de un sello, una marca que se podía sentir en todas sus composiciones. Poco a poco, aparecían las películas más antiguas en vhs: La batalla de Argel (1966), El clan de los sicilianos (1969), Investigación de un ciudadano libre de toda sospecha (1970), Novecento (1976), Días de gloria (1979), La cosa (1982). El viaje de Morricone se presentaba interminable. Parecía que había abarcado todo el espectro de los géneros cinematográficos. Hacia el final de sus días, no sé si era el autor más prolífico, sin embargo, según Wikipedia su obra ronda alrededor de 400 trabajos. Sé que cantidad no es sinónimo de calidad, pero el talento creativo del maestro es innegable. Cada cinéfilo tiene su banda sonora favorita de Morricone y el tiempo juzgará cuál fue su real aporte.

El reconocimiento internacional llegó para el maestro cuando ya tenía una carrera consolidada de más de dos décadas. Sin embargo, el Oscar le fue esquivo. Desde el año 1978 que estuvo nominado por Días de gloria, no se le concedió el galardón hasta el año 2006, un premio honorífico. El año 2016 ganó la categoría de Mejor Banda Sonora por su composición para la película Los ocho más odiados. Fue una manera de resarcir un olvido que avergonzaba más a la Academia que al gran maestro.

Por mi parte, los westerns italianos donde escuché por primera vez al músico italiano, demoré en verlos. Se tardaron en aparecer en vhs. Pero después de apreciarlos, encontré otro compañero de ruta: el director italiano Sergio Leone. La trilogía de westerns de Leone (la famosa trilogía del dólar) estaba musicalizada por el maestro italiano, así como el resto de su filmografía: Érase una vez en el oeste (1968), Agáchate, maldito (1971) y Erase una vez en América (1984). Una dupla, Leone – Morricone, que hasta el día de hoy la tengo en mi cabeza como una pareja complementaria: dónde había suspenso, las notas musicales se estiraban hasta el infinito; donde había drama, la música ahondaba hasta llegar al corazón; donde había sátira, la música se oía socarrona y desenfadada.

Con Laura, mi esposa, tuvimos la oportunidad de escuchar y ver en vivo al gran Ennio Morricone, los años 2008 y 2011, cuando se presentó en Santiago. La primera vez fuimos solos. La segunda vez nos acompañó Clemente, nuestro hijo que estaba muy pequeño. Esa vez, con Laura volvimos a emocionamos igual que el año 2008, pero Clemente no resistió la larga jornada y se durmió en nuestros brazos. Cuando todo terminó, los interminables aplausos y vítores, lo despertaron. Al salir, nos dijo que le había gustado el concierto, pero que él ahora quería ir a un concierto de rock.

                                                                                              Cristian Uribe Moreno

 

 

 

 


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