CUANDO EL PASADO NOS ALCANZA: TARDE PARA LA IRA Y QUIEN A HIERRO MATA

 


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El cine español de las últimas décadas ha estado en un gran nivel. Productos comerciales y artísticos muestran una industria en excelente estado, exhibiendo realizaciones de gran factura, sin perder su vocación masiva.

Las películas Tarde para la ira (2016), debut cinematográfico del actor Raúl Arévalo, y Quien a hierro mata (2019) de Paco Plaza, son dos excelentes ejemplos que están en Netflix. Ambas cintas dan cuenta tanto de la altura que han logrado la cinematografía española como de la cómoda adaptación que han tenido con el cine de género, en este caso, el género negro. El cine negro de hoy si bien dejó de lado ese estilizado blanco/negro, para dar cuenta de historias ancladas en una realidad más reconocible, sus historias siguen siendo igual de complejas. De esta manera, las películas de esta clase continúan presentando sus rasgos: “la ambivalencia moral, la complejidad contradictoria de situaciones y personajes y la turbiedad de los móviles”[1].  Así, transitando por el camino donde las certezas se diluyen, ambas cintas sumergen “al espectador en un universo sin valores reconocibles, donde el equilibrio siempre es inestable y donde todo es intercambiable”[2]. Un mundo que funciona con otra escala de valores.

Tarde para la ira, comienza con una imagen dentro de un auto, donde se ve un conductor, Curro (Luis Callejo) que espera a sus compañeros que efectúan un robo. La subjetividad de la cámara, que no sale en ningún momento del auto, funciona de manera doble; por un lado, introduce al espectador en el relato desde el punto de vista  del mundo delictual y, por otro lado, el reducido panorama que presenta será el leit motiv, al que el relato vuelve recurrentemente. ¿Qué sucedió en ese robo realmente? La información se irá entregando en escuetos detalles que ayudarán a completar el puzle y será el complemento para entender las motivaciones de los protagonistas.  Después de que se ve a Curro chocando y huyendo (se presupone que fue capturado), aparece nuevamente un punto de vista subjetivo. En una toma desde la espalda, un hombre camina decididamente en dirección a un bar. José (Antonio de la Torre) llega al local y pide un trago, mientras mira a los personajes que pueblan el sitio. Después lo vemos interactuando con los parroquianos del lugar e interesado en Ana (Ruth Díaz), pareja de Curro. La limitada información que van entregando las imágenes, presuponen que José esconde un algo. Además, se va forjando una paradoja: mientras más muestra el relato, más parece esconder (en las tomas finales, cuando la violencia está sin control, lo terrorífico, lo truculento, es ocultado al espectador). Cuando José ya es amigo-amante de Ana, aceptado por su familia, su hermano y cuñada, Curro sale de la cárcel y se prevé un enfrentamiento por el nuevo amigo de Ana. El relato se ha subdividido en capítulos, a modo de libro: El bar, Curro y La ira. Cuando las cartas están expuestas, los dos puntos de vista que ha mostrado el relato se cruzan y de ahí en adelante la tragedia, es decir, el momento cierto de la presencia de la muerte, se hace patente en el símbolo de la escopeta. La idea de que la presa está allá afuera y que se dará caza, se toma la mitad final del relato. Y aquí, la narración toma otra dimensión, porque esta ira, paciente e implacable, choca con el tiempo de los hombres. La palabra “tarde” que es parte del título, hace referencia tanto al sustantivo, “el momento del día en que ocurrirían los hechos”, así como el adverbio, "fuera de tiempo o pasado el momento oportuno" que transcurrirían los hechos.

En este punto es que la ambigüedad se toma el relato. El relato seco y lacónico en imágenes que no ha dejado ninguna toma al azar, se vuelve espeso como el acero. Hay una energía guardada por años que acompaña a los personajes (en especial el de José que mira y camina como si estuviera a punto de explotar) y la luminosidad de las tomas, no logran esconder el sentimiento trágico de todo lo que se ve venir. Y ese sentimiento fatalista ensombrece algo que ha estado presente desde un principio pero que ha ido en sordina, en un plano absolutamente secundario: los lazos familiares que ha mostrado el relato. La familia como núcleo y motor de las decisiones de los personajes. En este mundo delictual, al igual que cualquier otro mundo, la vida gira en torno a la familia. Por esto, la desgracia puede caer directamente en los involucrados así como en su propia familia. Y Curro es el primer candidato a sufrir el rigor del destino. El robo inicial desencadenó una serie de hechos trágicos y en este mundo criminal las culpas en algún momento, se han de saldar. En esto, la película es rigurosa, nadie puede descender hacia lo profundo de este “universo sin valores” sin pagar el precio. Pese al tiempo transcurrido.

Varios son los puntos que unen a Tarde para la ira con Quien a hierro mata de Paco Plaza. Para comenzar, la película también tiene una escena inicial que introduce al espectador en el mundo delictivo dominado por Antonio Padín (Xan Cejudo) y sus hijos: Kike y Toño. Se ve que ellos reciben y ejecutan las instrucciones de su padre al pie de la letra, pese a lo terrible que sean. Luego de ese inicio brutal, aparecen unas manos, unas manos casi blancas y angelicales que son las manos de Mario (Luis Tosar), enfermero y terapeuta en un centro de geriátrico donde lleva a Antonio Padín, que por su avanzada edad, empieza a tener problemas degenerativos en su habla y en sus manos. El momento del reconocimiento del criminal por parte de Mario, es reforzado por la música. La música incidental en varios momentos de la narración, se transforma en un elemento más que crea un ambiente y ayuda al espectador a entender lo que pasa. La trama se completa con Ana (María Vásquez), esposa de Mario, quien espera su primer hijo. La venganza parece ser el móvil de las acciones de Mario, pero el relato esconde sus reales motivos. En esto es más artificiosa que Tarde. El secreto que está en el pasado se muestra en un montaje de imágenes distorsionadas y rápidas que el espectador no puede descifrar sin intervención del propio Mario, que en algún momento explica el porqué. 

La disyuntiva es distinta a Tarde. Mario es una persona absolutamente integrada y entregada a su trabajo y familia. Él es un hombre absolutamente socializado. Y en este espacio en el que se mueve, donde su labor es esencial con los ancianos enfermos, llega Antonio a reabrir viejas heridas. El dolor por el pasado hace que Mario decida cruzar la línea y se hunda en este mundo de narcos y asesinos para consumar sus planes. Y al igual que cualquier película de género negro, no se puede pretender entrar en este mundo y salir indemne. En este caso, el peligro mayor recae sobre él, su esposa y su hijo que está por nacer.

Y la pregunta inicial, ¿qué tiene Mario contra Antonio?, el espectador la vincula inmediatamente a la vida delictual de Antonio, por lo que el título de la película se comprende perfectamente. Sin embargo, en el accionar de Mario se percibe algo avieso, algo que está en ese pasado confuso que el relato no aclara. Y cuando emergen las confesiones, las preguntas que se hace el espectador van en dos direcciones: ¿podrá Mario llevar a cabo sus planes y salir ileso? La película en este punto se transforma en una película de suspenso. Las imágenes van creando situaciones donde Mario parece un malabarista tratando de salvar su vida y que sus planes no naufraguen.

Hacia el final, Quien a hierro mata guarda un par de giros argumentales que terminan por cerrar esta historia como el universo negro que en un primer momento insinuó. Sin embargo, el derrotero que ha seguido es mucho más enrevesado que Tarde. Los medios con que ha presentado la narración han sido más amplios: montajes más acelerados y en algunos casos distorsionados, música incidental que marca los momentos y rodeos narrativos. Todo para contar una historia muy similar a la otra película.

Porque en el fondo, ambos relatos están enmarcados dentro del género negro, uno de los géneros cinematográficos clásicos. Por lo que la narrativa más clásica se toma ambos filmes. El  espectador elucubra suposiciones con respecto a lo que está viendo, tratándose de anticipar al final. Y el suspenso por ese secreto que se esmera en ocultar, al develarse igual sorprenden al espectador. Pero que vistas en perspectiva, estas revelaciones están dentro de las acciones posibles. En Tarde para la ira, pareciera haber más confianza en el poder de las imágenes, por lo que su fuerte es la imagen contenida, que el espectador debe ir ampliando. En cambio, en Quien a hierro mata, las imágenes abundan en detalles (en algún momento parecieran sobrar) y en acciones un tanto innecesarias que solo un buen guion puede cuajar.

                                                                                                              Cristian Uribe Moreno

Tarde para la ira

España, 2016

Dirigida por Raúl Arévalo

Quien a hierro mata

España, 2019

Dirigida por Paco Díaz



[1] Página 27, en “El cine negro”,  Carlos F. Heredero y Antonio Santamaría, Ediciones Paídos, Barcelona, 1996.

[2] Página 27, Idem.

 


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