Otra ronda de Thomas Vinterberg


Hay ciertas edades en la vida que están marcadas por ciertos imperativos culturales y sociales. A los cuarenta, uno debería estar casado, tener familia, un buen trabajo y una cierta estabilidad que diera pie a una vida donde todo debiese tener cierto control, que avizora certezas más que inseguridades. Pero la verdad es que el manoseado dicho  de la crisis de los ’40 es real, aunque felizmente no para todos. La juventud como tal ha quedado atrás y se da paso a una especie de revisión, consciente o no, de dónde estamos, hacia dónde vamos. Si somos optimistas (o pesimistas, depende de cada cual el ángulo) estamos justo en la mitad de nuestra vida y cierto vértigo invade todo. 

Es lo que les sucede a este grupo de cuatro amigos que se dan cuenta que sus certezas en realidad son quizás parte del problema, y que algo falla en esa estabilidad aparente y que la falta de emoción los tiene sumidos en cierta pereza existencial.  Los cuatro son profesores de un colegio y ven sus actividades rutinarias desgastarse, algo que es notorio para todos y que termina por gatillar una conversación. El profesor de sicología entonces sugiere la idea de poner en práctica una teoría del siquiatra y autor noruego Finn Skårderud sobre nivelar la cantidad del alcohol en el cuerpo a fin de alcanzar el punto exacto para una vida más plena, y si bien parte primero solo uno, pronto se unen en la experiencia. Entonces, comienzan a beber en un horario de trabajo, controlando sus ingestas etílicas y notando cierta desenvoltura, una renovada confianza, algo que casi todos conocemos bien como primer efecto del alcohol, sea sugestionada o no. 

Así, Martin, un profesor de historia interpretado por Mads Mikkelsen, cuya vida matrimonial es inexistente y lleva ya un tiempo realizando un nivel de clases tan mediocre que es instado a un cambio por alumnos y padres en una especie de intervención,  comienza a beber antes de clases, antes de ver a su esposa.  Y apenas bebe, toda esa creatividad que parecía perdida va regresando a él, se siente más confiado en clases y sus mismos alumnos comienzan a seguirlo en esta nueva forma de pensar y estudiar historia.  Placebo o no, los cuatro amigos van experimentando una mejoría en sus actividades diarias, en sus relaciones, en su propia autoestima. Es bien clave esto, porque son cuatro hombres bebiendo, despojados en cierto sentido de algo vital que los hacía sentirse vivos. Por su parte, de las dos esposas que aparecen como secundarias, las únicas mujeres que tiene nombre y presencia en sus vidas,  no conocemos sus procesos, siendo contemporáneas a sus maridos, y las vemos siempre haciendo trámites, corriendo, tomando decisiones, preocupadas de les niñes. Sin detenerse, ellas parecen seguir avanzando mientras ellos intentan recuperar algún vestigio de lo que fueron. Ellas siguen activas mientras ellos beben e intentan recuperar algo de la juventud que creen haber perdido. 

No es casual que la película comience con una especie de rito de iniciación etílico que su director, Thomas Vinterberg , bien detalla con las escenas de festejo y bebida en abundancia de unos jóvenes que acaban de graduarse. El alcohol es la medida de todo en esas celebraciones que tan bien conocemos todos a cierta edad, sea que participemos o no. Es un cierre, un ciclo que se abre y sobre el cual comienza otro. Así como sucede a los 40, una etapa se deja atrás. Primero la infancia y la adolescencia, luego la juventud para entrar de lleno a la adultez con toda la carga que eso implica, y la necesidad de mirarnos, de volvernos a observar convertidos en otros. 

Tampoco es casual la alusión a Kierkegaard en el comienzo del film y luego el contenido de un examen de uno de los alumnos. Hay mucho de perderse y encontrarse en esta película. De fallar, de culparse, y de buscar alguna forma de redención. 

“¿Qué es la juventud? Un sueño. ¿Que es el amor? El contenido del sueño.”  Una mirada al pasado, a algo que fue, a lo que se pierde, y a lo que quizás solo se aspira mediante un método alternativo, una forma de volver a sentir aquello que hoy en el recuerdo, creímos sentir durante nuestra juventud. La añoranza, la memoria es a veces más fuerte de lo que fueron en realidad los hechos, pero el pasado se persigue siempre, de una u otra forma, como si fuera el cáliz de un posible futuro más intenso. El recuerdo, la memoria misma es una construcción de hoy. La noción de fallar, de haber fallado señala el alumno hablando del concepto de la angustia de Kierkegaard durante la prueba oral, de que al final esta síntesis de cuerpo y espíritu que somos, deba asumir esa condición falible,  que es al final una condición muy cristiana, muy del viejo testamento.  

Los personajes de esta película tienen la extraña cualidad de ser entrañables en sus torpeza, en su inseguridad, en su humanidad, con sombras y luces. En su amistad, en su forma de buscar el baile como forma de expresión, como rito pagano, algo que a veces parece otorgarles cierto grado de ridiculez, pero una refrescante, una que está viva y que reconocemos cercana. Algo que además agrada mucho ver es la relación de los profesores con sus estudiantes, una relación que poco tiene de la vertical que solemos tener en nuestro entorno, y donde los jóvenes pueden decir lo que piensa, cuestionar a un profesor y hablarles de igual a igual. Esto más allá de lo que podamos decir de invitar a otro más joven a darse valor por medio de un sorbo o dos de alcohol.  La posición de juzgar queda solo al espectador, no es algo que se imponga. Y se agradece, ya somos adultos con criterio formado para poder discernir sobre esto, no?

Ex extraño pensar en las antiguas películas del director como miembro de Dogma y ver un giro, una fisura por donde se cuela la redención y el sacrificio que tan bien señala Kierkegaard en Temor y Temblor, y que si bien podemos leer en alguna medida en sus películas anteriores,  esta es donde más claro queda la noción de redención del ser humano por su imperfección y ese tendencia a la derrota por el solo hecho de ser mortal, por ser persona falible, llena de incertezas y dudas.  Durante toda la película vemos in crescendo, una ingesta de alcohol que se va haciendo más aguda y sostenida y vislumbramos el abismo, los temores habituales de alcoholismo, de daño físico y social, la posibilidad de cuestionarnos moralmente el hecho de incitar a otros a seguir nuestra conducta actuando desde posiciones de poder, hasta que de pronto, caemos en el derrotero cristiano del sacrificio y la redención antes mencionada.  Y si bien todo esto está muy presente en la película, la forma de abordarlo está en clave tragicomedia y la lectura que hagamos de ella será siempre una lectura que tenderá más al drama con tintes de destino inevitable o la sonrisa cómplice ante las decisiones algo ingenuas de estos niños hombres jugando a tener el control. 

Hay una búsqueda de un desborde, de lograr un clímax, un estado que bien podría ser el eterno y añorado camino por  lo puro y absoluto, cercano a Dios, pero siendo el humano un ser imperfecto, ese camino es algo así como el camino de Sísifo. Y es que como señala Kierkegaard “ si todo hombre no participa esencialmente en lo absoluto, todo se ha perdido”, y creo que mucho de eso hay en estos cuatro personajes, de correr el cerco de lo posible, de alcanzar quizás mediante métodos paganos, dionisíacos, cierto nivel sagrado de exaltación y pasión por la vida.  Y sin embargo, a diferencia de en otras de sus películas, esta no nos cuenta el final de  ese grupo de amigos. Nos da pistas, nos da posibles lecturas, pero de alguna forma, alcanzado el clímax, nos devuelve al derrotero del jolgorio, como en un eterno retorno al punto de partida y volvemos a la celebración, al baile como una forma arcaica de exorcizar la inevitable, hermosa y oscura imperfección humana.  

                                                                                                            Astrid Elena Donoso Henriquez


Druk (Another round)

Dinamarca, 2020

Thomas Vinterberg




Comentarios

  1. Gran película !! Me hizo recordar Husbands de Cassavetes

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    1. Oh esa no la he visto. Tendré que buscarla. Y sí, Druk es buenísima.

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