LA BATALLA DE CHILE: REFLEXIONES SOBRE SU EXHIBICIÓN EN TELEVISIÓN ABIERTA
Este 11 de septiembre del
2021, la televisión abierta, por primera vez desde que se recuperó la
democracia el año 1990, exhibió La
batalla de Chile (1971 – 1973) de Patricio Guzmán. Documental que grabó in situ el proceso sociopolítico vivido
durante el gobierno socialista de Salvador Allende. Una proeza técnica y humana
que recogió el ambiente de ese crucial momento como ningún otro testimonio
visual lo hizo. De ahí su valor cinematográfico e histórico que con el tiempo
solo ha crecido. Por ello, muchos habíamos esperado por años que apareciera en la televisión
abierta y que la mayor parte de los chilenos pudieran apreciar esta impactante obra. De lo que vi en
pantalla me quedan dando vueltas algunas impresiones que me gustaría compartir.
La primera consideración
es en relación la exhibición misma. Desde su creación, la realización nacional
ha sido mostrada en festivales, eventos culturales y mítines políticos en
distintas partes del mundo. La película cuenta con un sinfín de galardones y es
mención obligada en cualquier manual básico de la historia del cine. Sin
embargo, nunca fue estrenada comercialmente en nuestro país. Solo en algún
ciclo de películas chilenas, en algún sala de cine arte. Sus presentaciones nos
rememoran a salas clandestinas en los años de dictadura, en sindicatos, centros
culturales, centros de estudiantes o unidades vecinales. Liturgia obligada de
la izquierda de oposición al régimen, la película había adquirido aspecto casi
mítico de un público que de boca a boca la veneraba. Muchos ya habíamos visto
el documental. No obstante, la aparición en televisión abierta fue una experiencia
única. No es lo mismo estar conectado con un pequeño grupo de gente que piensa
de manera algo similar que la amplia diversidad de espectadores de la
televisión: distintas generaciones, en distintos lugares y distintos grupos
sociales unidos por la imagen. La experiencia individual se volvió colectiva. Y
en muchos casos familiar. Uno se imaginaba a miles de chilenos en el living de su
casa todos mirando este testimonio. Algunos recordando tiempos pasados y otros
viendo por primera vez, de primera fuente, un proceso histórico muchas veces distorsionado
por los grupos de poder, que tan interesadamente contribuyeron a la caída del
gobierno de la UP. La masividad de la experiencia y su recepción se pudo
apreciar en los innumerables comentarios que fueron apareciendo en redes
sociales. Comentarios en relación al momento histórico mismo, junto con
mensajes de personas que reconocían a familiares y amigos que ya no estaban.
Esas emociones fueron aflorando en las redes sociales. En este sentido, el
momento fue catártico y reparador para muchos.
Por otra parte, las nuevas
generaciones iban descubriendo una versión de la historia que ha sido soslayada
por años. Primero, por una dictadura que mintió descaradamente y luego, por una
concertación política que le incomodaba el pasado. Y, ¿qué pudieron ver estas
nuevas generaciones? Un país que en cincuenta años ha cambiado radicalmente. Y
ahí estaba, las imágenes para demostrarlo. Un documental que más que mirarlo,
nos observa. Esas imágenes, con sus protagonistas viviendo en difíciles y
precarias condiciones de vida, pero parados en el sitio privilegiado de la
historia, nos interpelan. Nos hace sentir incómodos en nuestro confort,
materialismo e individualidad. Una sociedad de tiempos pretéritos con otros principios,
otros valores y otro destino.
Y he aquí, una de las
cosas que más llamó la atención. Incluso en redes sociales fue uno de los
comentarios obligados: el nivel discursivo de muchos líderes políticos, así
como también de obreros, campesinos, mineros y gente común y corriente que era
entrevistada. Un discurso fluido, elocuente y muy informado a cerca de la
situación política del momento. Una alocución que devela a un individuo
político en todo sentido, consciente de sus convicciones y su momento
histórico. Todo razonado con palabras
muy bien escogidas, que desarrollaban líneas argumentativas agudamente hilvanadas.
Este discurso de la “clase obrera” suena muy anómalo en una sociedad como la
que tenemos hoy en pleno siglo XXI. Algunos en redes sociales, lo atribuyeron a
la buena educación pública que existía en ese entonces y que la dictadura
destruyó. En parte, este argumento es plausible. Pero no hay que olvidar
que muchos trabajadores y dirigentes sociales comenzaban a laborar desde muy
temprana edad, desertando de la enseñanza obligatoria. Si bien después de
adultos terminaban sus estudios, los autodidactas abundaban. En tiempos de
los discursos grandilocuentes, muchos se esforzaban por destacar en el ámbito
de la oratoria política. Y es que en el centro de toda esta sociedad, existía
el diálogo y la fe en el lenguaje. En el centro de las apasionadas discusiones,
el lenguaje oral o escrito cumplía un papel protagónico. En esos días, los
referentes sociales hacían gala de su elocuencia. Y quienes aspiraban a entrar
a esos círculos se esforzaban por construir un discurso potente, basado en los amplios
recursos lingüísticos que la lengua ofrecía. Dicho de otra forma, la gente se
preocupaba por tratar de hablar de manera correcta y atractiva. Hoy a casi cincuenta años de
esas imágenes y de esos discursos, la sociedad no valora la palabra de esa
manera. Si bien la dictadura y su proceso de desculturización nacional fue un
factor importante, no explica del todo el momento en que nos encontramos. No
explica que muchos de los referentes sociales de las nuevas generaciones sean
“influencers” que apenas juntan un par de palabras. O que se jactan de su
“hablamiento”. De líderes políticos que da vergüenza escucharlos, que solo vociferan porque ya no intentan
convencer a nadie. O referentes comunicacionales que todo lo explican con un par de cuñas
que duran segundos. Y no solo eso, uno
mismo cuando habla, cuando escribe, ya no se esfuerza en hablar ni en escribir
de manera correcta. Todo es visual, todo es muy sintético. Nada que un buen
emoticono no pueda representar. Si antes de la pandemia hablábamos y
escuchábamos poco, después de la pandemia muchos se sintieron a gusto en este
aislamiento que vino a profundizar aún más este individualismo acérrimo en que
hemos caído. Escasean esas largas conversaciones, esas largas discusiones, ese
dejarse llevar por el lenguaje en busca de ideas comunes, de utopías o de
descubrir hablando. Solo por el gusto de hablar y escuchar.
El documental La batalla de Chile es una muestra
patente de que se estaba llegando a un límite donde la palabra no estaba
surtiendo efecto. Un momento en el que emergía una fuerza que lo destruiría
todo. Un odio anquilosado que explotó el 11 de septiembre de 1973. Un odio que
no escucha, que no conversa y que solo avasalla al que piensa distinto. El
tiempo del diálogo democrático se esfumaba. Y eso lo vieron venir algunos
lúcidos comentarios que se pueden escuchar en la película. Disquisiciones que
el día de hoy aún sorprenden porque están esculpidas en una galaxia muy, muy
lejana, como todo el material de la película. Una fuerza visual y discursiva,
que nos habla de un mundo de ideales que ya no existen. Un mundo moral donde la
moral ya no tendría sentido.
Cristian Uribe Moreno
LA BATALLA DE CHILE
Chile 1971 – 1973
Dirigido por Patricio
Guzmán
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