LA CIUDAD ES NUESTRA: GUERRA EN LAS CALLES DE BALTIMORE
La
última miniserie que nos brindó HBO de David Simon y Georges Pelecanos, La ciudad es nuestra (We own this city) (2022), es una gran
síntesis de sus trabajos anteriores. Ambos, ya sea como guionistas o como
productores, tienen en el cuerpo un grupo de las más grandes series y
miniseries de HBO: The wire, Treme, The deuce. Sus historias son sólidas, profundas y entretenidas. Un grupo
de realizaciones con un calado muy poco común a las realizaciones que exhiben
habitualmente los streamings.
En
este caso, la historia se centra en un policía de Baltimore, Wayne Jenkins (Jon
Bernthal), que llega a liderar un grupo especial cuya misión es buscar armas
ilegales. Sin embargo, en sus actividades él y su grupo se van corrompiendo y
actúan de manera más abusiva que los propios criminales. Junto a ellos, se
desarrollan otras historias paralelas. Por un lado, Nicole Steele (Wunni
Mosaku), una abogada de derechos civiles que busca esclarecer la corrupción
policial en la ciudad de Baltimore. Y por otra lado, el comisionado policial
Kevin Denis (Delaney Williams) quien trata de lidiar con la descomposición del
cuerpo policial, sus subordinados y los oficiales, y los mandos civiles que presionan para tener
resultados en la lucha contra la delincuencia.
La
miniserie es presentada en seis capítulos y su relato no es lineal. La historia
es entregada a través de un mecanismo elíptico que salta de un presente, donde
están los policías acusados, la abogada que reúne pruebas y el comisionado,
hacia el pasado reciente. Por tanto, se entrega cierta información y se
posponen otros datos. Esto da, en un principio, cierta ambigüedad, pues no se
sabe quiénes son los criminales y quién es la ley.
El
tiempo de inicio de la historia principal es la llegada de Jenkins a la policía
de Baltimore. Entremedio aparecen los distintos policías que componen el grupo
especial, los altos mandos policiales haciendo frente a la crisis que tienen
entre manos y policías detenidos que cuentan sus testimonios ante unos agentes
de FBI que realizan la investigación. Una manera de ordenar el tiempo narrativo
son los reportes que van apareciendo en la pantalla de un computador y
sirve de guía para que el espectador
estructure los eventos como piezas de un rompecabezas.
Si
bien la serie es un producto destinado a la entretención, en el fondo es una
denuncia sobre los métodos y la relación del poder con este grupo de policías
que actúan impunemente. De la miniserie, existen dos puntos que me interesan particularmente
de la historia: el comentario metacinematográfico y el comentario político.
El
primero tiene que ver con la función meta de la serie. Pese a que esto no es
cine, constantemente está dialogando con otras series policiales y alguna
realización cinematográfica. Y en especial una serie está en la base: The Wire (TW). Para quienes vimos en su
momento la realización televisiva de policías de Baltimore, no podemos sacarnos
de la cabeza que este es una suerte de segunda camada de los detectives de la
misma ciudad. Parte del elenco y escenario se puede ver en la nueva producción.
Lo más llamativo es que gran parte de los policías corruptos, fueron personajes
que en la producción anterior, TW, donde actuaban como jóvenes drogadictos o
ayudantes de los traficantes. Es como decir que los noveles criminales y adictos
se convirtieron en policías. Y terminaron, en lo mismo, como si la ley y los criminales fueran el mismo cuerpo, en veredas distintas que se traspasan con facilidad.
Con
respecto a los antiguos policías, los más emblemáticos, son los que
llegaron finalmente a puestos de poder. Como el comisionado interpretado por
Delaney Williams que en la serie TW interpretaba al sargento Jay Landsman, oficial
directo de Mc Nulty. El sargento pareciera que sobrevivió y llegó a la cima.
Sin embargo, en la nueva serie, mediando por una solución a la delincuencia y a
la corrupción de su institución, poco puede hacer.
En
similar situación está el personaje de Stephen Brady, interpretado por Domenick
Lombardozzi, el representante del sindicato de policías de Baltimore que se
reúne con la abogada y muy cínicamente le notifica que el sindicato respaldará a
los policías acusados, porque básicamente son un solo cuerpo. Este personaje
pareciera ser la continuación natural del personaje que el mismo Lombardozzi
hacía en TW, el detective Thomas 'Herc' Hauk, un policía rudo y de pocas luces.
Pero
sin duda, el personaje más trágico de la nueva realización es Sean Suiter,
interpretado por Jamie Hector. Un policía que trabajó un tiempo con Jenkins y después
se trasladó a la unidad de homicidios. La historia lo muestra como un buen
hombre de familia y buen policía. Sin embargo, la narración de la serie insinúa
que en algún momento pudo caer en las acciones sucias de Jenkins. El relato es elusivo
en esos detalles. Este actor, también trabajó en TW haciendo uno de los
traficantes más carismáticos de la historia: Marlo Stanfield, un hombre
violento y decidido del crimen en las calles de Baltimore. Una personalidad
totalmente opuesta al policía retratado en la nueva realización que, no
obstante, sigue siendo igual de bueno en su oficio.
Hay
una sensación que la miniserie está permanentemente dialogando con la antigua
producción de policías de Baltimore. Los mismos problemas estructurales que no
permitían hacer un buen trabajo. La misma corrupción política. Los políticos
reclamando por resultados sin comprometerse en la solución. Los problemas de
presupuesto que nunca faltan. El escaso compromiso de los miembros involucrados.
Pasaron los años y el abandono de la ciudad de Baltimore continúa.
El
otro punto de la serie que llama la atención, es el del actuar mismo de la policía.
Los eventos están basados en hechos reales: un grupo de policías que fue
llevada a juicio por su actuación como organización criminal. Una especie de
mafia dentro de la policía. Pero este actuar no es aislado y el relato aborda
una conducción más habitual de lo que se cree. Y aquí la producción audiovisual
aborda la relación de la comunidad con el cuerpo policial. En este aspecto, el
caso de Freddie Gray, muerto en manos de la brutalidad policíaca el año 2015 en
la ciudad de Baltimore, fue el motivo de las grandes protestas que fueron
aplacadas apunta de golpes. Este hecho provocó un gran cisma entre la comunidad
civil y la policial. Los agentes, que ya tenían mala fama, fueron vistos como
personajes del control político social. Algo parecido al Chile pos estallido
social. Los carabineros de aquí, ya no solo estaban involucrados solo en
estafas o crímenes, sino que la represión político social recayó en ellos.
El
actuar brutal de la policía, lo explica muy bien el personaje de Treat Williams,
Brian Grobler, docente jubilado de la academia policial a la abogada Nicole
Steele: “La policía siente que hay una guerra afuera. Y ellos, son guerreros. Y
los civiles, son solo víctimas que no importan a nadie”. Esta guerra, que el
personaje vincula contra las drogas, es un conflicto que los políticos crearon
y que ahora no pueden terminar. Y el conflicto social declarado no hace más que
acrecentar la separación de la sociedad civil con su cuerpo policial, que en
teoría debería protegerlos. Una guerra declarada a las drogas, que finalmente
terminó por criminalizar a parte de la sociedad, de ante mano está perdida,
dice Brian Grobler. Y se sigue en esa lógica del enfrentamiento puesto que
ningún sector político quiere asumir los costos de algo que claramente no tiene
una salida viable.
Extrapolado
a Chile, hace años que la institución de carabineros ve a cierto sector de la
población civil como un enemigo a quien destruir. Eso mismo que declaró Piñera
en una funesta alocución en los días del estallido. La lógica de la guerra
contra el enemigo, la ciudadanía, se da en distintos lugares del planeta.
La
aparición de Treat Williams como el hombre que conoce a fondo la lógica
policial, no es casual. Él encarnó un gran personaje en la película El príncipe de la ciudad (1981) de
Sidney Lumet. Segunda película que le dedicaba Lumet a la corrupción policial,
después de Serpico (1973). Williams
encarna al detective Daniel Ciello, quien delata la corrupción dentro de la
policía y sufre las consecuencias. Otro gran cruce metacinematográfico que hace
la serie.
La
historia de la miniserie se basa en el
libro de investigación periodística del mismo nombre publicado por Justin
Fenton, periodista del Sun de Baltimore. La traducción del título original We
own the city, literalmente “Nosotros somos dueños de la ciudad” alude a una
declaración de Jenkins cuando está con su equipo y exhibe todo el poder que
siente un grupo privilegiado, que hace rato perdió el norte, poco vigilado y
muy protegido políticamente, caldo de cultivo para el abuso. Un abuso, en este
caso, sistémico.
Cristian Uribe Moreno
WE OWN THIS CITY
EEUU 2022
Creada por David
Simon y Georges Pelecanos
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